Análisis del Covid-19
La radiografía del Covid-19
Existen muchas interrogantes, respecto a este virus, a su procedencia, origen e influencia en la sociedad, respecto a lo que dejará en el mundo cuando la enfermedad disminuya su intensidad o sea controlada. En algunos casos son preguntas impulsadas más por miedo que por la inteligencia, con la esperanza de recibir alguna respuesta tranquilizadora, y es justamente estas “respuestas tranquilizadoras” que vienen a ser el opio de una sociedad por la falsa sensación de seguridad.
Cuando revisamos las redes sociales, algunas empresas que capitalizan la noticia, malos funcionarios que buscan mantener y acrecentar el pánico desmedido, como si disfrutasen sádicamente de un sufrimiento generalizado, cuyas herramientas son: la fake news, los deepfakes y la cultura del like. Provocando en la población una violenta y exagerada reacción de pánico, y no es para menos esta reacción, visto que el homo sapiens, quien hace tiempo se comporta como homo videns (Sartori, 1977). Lo que explica el comportamiento social de pánico, relacionándose con la imagen y el hecho de dar simplemente el famoso “like” a todo lo que se ve en las redes sociales. Dentro de esta era de la digitalización no hay espacio para la realidad y es que justamente, la realidad es experimentada gracias a la resistencia que esta provoca y que en muchos casos resulta dolorosa, frente a la cultura de la virtualización que suprime la negatividad de la resistencia. Por lo que, ante la presencia de un virus real, y no un virus de computadora, fue una de las causas de la conducta sin control, expresándose en pánico generalizado de la población, tanto en la población que está instalada dentro de la cultura del like.
El constante estado de alerta por parte de la población se ha convertido en una cualidad “normal”, pues fue marcada a hierro caliente en la memoria de cada uno de ellos, logrando la individualización en respuesta a este estado de alerta. Demostrando que la pandemia no une, sino que separa, aísla, preocupados más por la supervivencia propia y no en la de los demás (esto justifica las compras desmedidas en los supermercados en los primeros días de la pandemia). En muchos individuos se despertó la habilidad “inconsciente” de buscar generar un sentido de empatía y cuidado hacia los demás, pero en el fondo no sería más que una máscara para cuidar sus propios intereses.
Justamente este estado de alerta, impulsado por el pánico, el ciudadano suspende su moral, rompiendo su comportamiento sano dentro de la ley y el derecho, lo cual hace aflorar las características menos humanas. Es entonces donde aparecen “justificadas” las teorías del disciplinamiento, en la forma que el estado aparta o suspende las instituciones democráticas, con el sano propósito de salvar la democracia, instalando el estado de excepción. En la que el ciudadano confinado en su casa algunos tomándolo como unas largas y aburridas vacaciones, otros llenos de angustia, acrecentando un dolor infinito al ver como se desmorona poco a poco su esfuerzo, pues su pequeña empresa no sobrevivirá una semana más, haciéndose inmunes para batallar con el virus llamado hambre. Pensando que debería redefinirse el concepto de “casa” para ellos, ya que en una misma habitación se encuentra la cocina, habitación, comedor y ahora el espacio para las clases no presenciales de los niños.
Hay quienes dicen que el mundo ingenuamente está admirando al país asiático y todas sus “herramientas” usadas para “aplanar la curva”, obviamente que no a “martillazos”, sino con toda la tecnología de videovigilancia de su población, la vigilancia por medio de los teléfonos inteligentes, el uso de cámaras con softwares inteligentes para el reconocimiento facial y hasta el cálculo de la temperatura. Esta nueva forma “exitosa” de frenar la pandemia, ha despertado gran interés en los gobiernos con tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno, en la medida que los individuos están dispuestas a sacrificar su forma de vida, amistades, trabajo, su relación amorosa, y desde luego la posibilidad de reunirse de la forma que dicta su fe y sus afinidades políticas, en fin, sacrificar todo lo que lo ha caracterizado como ciudadano, ante el peligro de perecer ante la pandemia, aunque esto signifique sacrificar su libertad.
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